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jueves, 18 de agosto de 2011

El lado oscuro de la ley


“Ahora te vamos a pegar sin que te vean, periolisto” Esta es la ley que impera en Sol. La ley de las Unidades de Intervención Policial. El delito: querer informar desde el lugar de la noticia. Estas son las fuerzas del orden que actúan impunemente en España. Agentes que insultan, golpean y humillan sin mediar agresión ni provocación. Patente de corso con licencia estatal. No quieren testigos. Su burbuja de autoridad les ampara para callarnos la voz cuando se cierran micros, flashes y teclados. Debe ser ese instinto primario del ser humano, más del periodista vocacional, de querer estar en primera línea el que aturde a las fuerzas del orden. Ser luz y taquígrafo de la realidad, más cuando se torna en injusticia y descontrol, no está bien visto para quien la ley es solo un adorno al que ampararse para agredir impunemente por encima de ella. Escudo y flecha del orden frente a la ciudadanía indefensa.
La manifestación laica del 17 de agosto derivó en una plaza tomada una vez más por la policía. Los peregrinos de la #JMJ campaban a sus anchas por todo el centro de Madrid mientras los no mochileros nos las veíamos y deseábamos para ver lo que ocurría en los altercados que comenzaban a producirse en algunos puntos de las zonas aledañas a la Puerta del Sol.
Frente al furgón policial y rodeado por cuatro agentes de autoridad que no han querido identificarse, vacían mi mochila y me dicen que mire al suelo. “Si te queremos pegar, lo vamos a hacer sin que nos vea nadie” Mirando al suelo, solo pienso en la forma de protegerme la cabeza y el estómago en el momento en que comenzaran a agredirme. Me zarandean y me pellizcan los pezones. Sabía que nadie me estaba viendo. Las imágenes de la agresión a Gorka Ramos cruzaron por mi cabeza y helaron mi sangre en un escalofrío. Me sentía en una burbuja de irrealidad. Una burbuja de vulnerabilidad extrema. Un espacio de indefensión donde ‘las fuerzas de seguridad’ actúan bajo la ley feudal. “Ponte hacia el furgón. Mira al suelo”. “Si te decimos que te pongas a la pata coja, te pones, entendido, brazos” Oigo los gritos de Lidia al otro lado del furgón policial. Mi preocupación aumenta. No quiero que le hagan nada, pero no me puedo ni mover. Solo me dejan mirar al suelo. Suelo que ya imagino golpeando mi cara. Tengo miedo por Lidia, por mi, por la soledad de esos momentos de angustia.
Media hora después y con dos denuncias falsas de la policía por delante. Espero frente a diez policías que siguen burlándose de mi a que liberen a Lidia. No sabía dónde estaba ahora. No me dejan sacar el móvil. Intento grabar. Intento hablar con colegas para que informen y saquen a la luz esta agresión impune a nuestros derechos y los de todos y todas. Me amenazan con quitármelo una vez más. Siguen burlándose. La humillación dura ya casi una hora. Una violación de la dignidad que nunca podría imaginar, pero que ocurre cada día en nuestras calles, en España y en muchos lugares, pero que cuando sientes su aliento pérfido cerca te aturde de tal forma que te ahoga e inmoviliza.
Cuando me obligan a alejarme bajo amenaza de volver a detenerme, vuelve a sonar el teléfono. Es Lidia. La han soltado en otra calle. Nos reunimos y abrazamos. Hemos compartido el miedo. Ella cuenta su historia. La noche extiende su manto de sirenas y luces de neón. Los cánticos de los peregrinos se mezclan con el zumbido del helicoptero perenne que nos vigila cada día, desde hace meses. Intento dormir, pero la pesadilla continúa.

FUENTE:http://fritz82.wordpress.com

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